La postura libertaria desconfía profundamente del Estado. El Estado es corrupto e ineficiente al momento de administrar recursos, debido a los trámites, burocracia y favores políticos. El Estado es incapaz de responder a las necesidades del individuo, pues sólo este es quien pueden priorizarlas y darles un lugar en su vida, así como tampoco va a ser capaz de hacer un cálculo económico alrededor de los precios, valoración, selección o medición de resultados sobre los bienes o servicios que ofrezca a través de impuestos. El Estado cede ante presiones de todo tipo de grupos organizados, desde corporaciones, otros Estados, hasta pandillas o sindicatos del crimen. No es prioridad del Estado ubicar al individuo en sus prioridades de gestión, sino que tiende a satisfacer sus audiencias siguiendo la lógica electoral. Los que votaron por mí o me apoyaron económicamente, deben ser “recompensados”. Con el dinero de los individuos que pagan impuestos. 

Además, toda acción del Estado incluye acciones coercitivas a través del monopolio del poder. Es decir, el Estado reclama bienes y limita libertades del individuo como mejor le parezca. Si este se llega a resistir, automáticamente la pena será la privación de la libertad, o sanciones de todo tipo. Lo que quita la libre elección sobre nuestras acciones y preferencias, así como, necesariamente, debe tratar a los individuos como incapaces de decidir sobre sus propias vidas. Ejemplos de este tipo de acciones abundan, determinar la hora en que abren o cierran restaurantes, la hora y el día que puedes usar tu propiedad privada materializada en un automóvil o el “permiso” o no para viajar de un país a otro.